Fotografia del periodista chileno Carlos Villalón... 4 de abril de 2011: Guerrilleros de la "Compañía Marquetalia" disparan con ametralladora a soldados del Ejército. |
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Las Farc desde adentro, modelo 2011
Por: Karl Penhaul * / Especial para El Espectador Selva del departamento del Meta
Dos periodistas convivieron una semana en los llanos Orientales con una de las columnas guerrilleras que dirigía alias 'Jorge Briceño' y muestran la supervivencia nómada a que las obligó las Fuerzas Armadas, aunque también cómo siguen entrenando, recibiendo armas, combatiendo y hasta haciendo brigadas cívicas en memoria de su comandante.
"Es duro en todo este barro", dice un guerrillero apodado Adrián mientras abraza su ametralladora M-60. “Eso es para frenar el avance de ellos (el ejército). Dentro de dos o tres días toman nuevamente posiciones y vuelven y combaten”. El campo de batalla ese día fue un cerro insignificante en El Porvenir, una vereda cercana al pueblo La Julia. El hostigamiento duró casi una hora. Fue otra escaramuza en una serie de batallas anónimas que rara vez llegan a los titulares de la prensa.
en el terreno, ninguno de los 54 jóvenes combatientes de la Compañía Marquetalia – parte del Bloque Oriental – hablan de rendición.
“Llega a fallecer el Mono (Jojoy) y todo el mundo murió. Llega a fallecer el camarada Manuel (Marulanda) y todo el mundo murió. Eso es lo que piensan pero resulta que no”, dice Jagwin, comandante de la recién reformada “Compañía Marquetalia”. “Uno lo siente –añade- porque el Mono era prácticamente nuestro padre. Es como pasa en la casa cuando muere el papá, pero tiene que haber un hermano que trabaja en el desarrollo de la finca”.
Al igual que Jagwin, Willinton 40, el segundo al mando de la compañía, estuvo cerca al campamento de Briceño la noche que fue bombardeado. De igual manera niega que el ataque fuera el anuncio del deceso de las Farc:
“Para las fuerzas armadas y para el resto del mundo, las Farc están en el fin del fin después de la muerte del camarada Jorge (Mono Jojoy). Pero para nosotros no es así. Somos una organización con jerarquía y cuando uno ya no está otro lo reemplaza”.
La conversación se detiene abruptamente. El sonido de las aspas de un helicóptero artillado Blackhawk retumba por encima. Mientras persigue a esta columna móvil de la guerrilla descarga sus ametralladoras calibre .50. La “Compañía Marquetalia” está ya en su retirada táctica, combatientes de otras dos unidades también se retiran del filo.
En el momento en que salen de la selva el helicóptero Blackhawk, bautizado Arpía por los rebeldes, retorna a la vista. “Se quedan allí quieticos. Viene para acá, va a cohetear”, advierte Faiber, uno de los subcomandantes de la compañía. Un misil impacta un blanco invisible y una lluvia de balas cascabelea hacia la tierra. “Me siento normal. Uno le pierde el miedo”, dice Faiber, ordenando a sus compañeros seguir la marcha.
Esa noche el campamento se erigió en una platanera. Aviones de las fuerzas militares patrullaban constantemente. Comandantes rebeldes ordenaron un apagón total y confiscaron las linternas que pertenecían a los combatientes. Todas las conversaciones eran susurros.
Mientras escuchaban el zumbido sobre sus cabezas murmuraban “la exploradora”, refiriéndose a un avión de reconocimiento, o a “la Marrana”, un avión artillado y equipado con sofisticados sensores nocturnos. Sus vidas dependen de observar estos aviones a tiempo y evitar ser detectados.
Bajo el techo de zinc de una choza campesina abandonada, Jagwin explica como sobrevivió a un bombardeo.
“El último recurso que nos quedaba –recuerda-era la trinchera. Cuando viene el bombardeo uno se entierra allí. Y al momento que llega el ametrallamiento o el desembarco (de tropa) uno va saliendo”.
Willington 40 también ha sentido la furia de las misiones aéreas. Ofreció pocos detalles pero confesó que él y otros sobrevivientes tuvieron que abandonar los muertos y heridos – un tabú para cualquier fuerza militar-. “Es difícil tener que abandonar un terreno de combate o de bombardeo dejando compañeros heridos o muertos. Son compañeros y uno ha compartido la vida guerrillera con ellos. Ellos son los que han puesto el pecho a la brisa.
Por esa razón, esa noche como todas las noches, los comandantes instruyen a los guerrilleros sobre las rutas de evacuación en caso de bombardeo. Les ordenaron usar caños poco profundos y pequeñas trincheras cavadas al lado de sus caletas para protegerse de una eventual lluvia de esquirlas. Y finalmente, antes de acostarse, esbozaron planes de combate en caso de tener que enfrentar un asalto nocturno.
Los dos días siguientes fueron una serie de extenuantes marchas. Mientras la compañía avanzaba, integrantes de por lo menos otras dos columnas y otros tres frentes de las Farc aparecían para guiarlos o simplemente saludar. La red de comunicaciones de la guerrilla estaba funcionando eficazmente a pesar de las versiones gubernamentales sobre que las Farc habían perdido “comando y control” – es decir la habilidad de diferentes unidades de comunicarse y coordinar entre ellos-.
La época de lluvias había llegado al Meta y la “Compañía Marquetalia” avanzaba menos de dos kilómetros por hora.
En el camino, nadie tenía mucho ánimo para conversar.
Estaban fatigados bajo sus morrales de 30 kilos, con rifles de asalto y morteros. Sus botas de caucho estaban llenas, mitad con agua tibia de río y mitad con sudor. Enormes raíces formaban escalones naturales para bajar los filos embarrados. Mariposas de un azul eléctrico volaban entre la maleza. Los monos aulladores se columpiaban en las copas de los árboles, aventando ramas al piso de vez en cuando.
Con pocas excepciones las edades de los guerrilleros en esta compañía oscilaban entre los 20 y 30 años.
Eran jóvenes, en buen estado físico y de familias pobres – un perfil comparable a los soldados rasos de cualquier unidad de infantería que sea del ejército colombiano o tropas estadounidenses en Irak o Afganistán-.
Hospital ambulante
El destino para la “Compañía Marquetalia” después de dos días de marcha era una choza de madera oculta en la selva. En la pared se veía un afiche escrito a mano con las palabras “Brigada cívico-militar Jorge Briceño Suárez”.
Guerrilleros de una unidad hermana, la “Compañía Ismael Ayala”, habían instalado una clínica para ofrecer tratamiento odontológico y cirugías menores a los campesinos y sus familias. Ponchos camuflados hacían las veces de paredes alrededor de la sala de odontología. Otro poncho marcaba la entrada a otra sala donde médicos de las Farc estaban listos para operar utilizando anestesia local.
Una madre había traído sus tres niños. Su anterior intento de buscar tratamiento con un dentista civil en La Julia – a más o menos tres horas de camino – resultó ser un viaje perdido. “Fui con ellos, pero la enfermera que saca las muelas no estaba ese día así que los tuve que traer de vuelta a la casa”.
Ella, como otros esperando en la clínica de las Farc, dice que la atención en el pueblo es gratis pero de pobre calidad bajo el Sisben. Pero si algún paciente no está registrado en el programa un dentista le cobraría 25.000 pesos por sacar un diente. Aunque el costo mayor es pagar la movilización hacia el pueblo.
Mientras que las clínicas de la guerrilla como esta pueden considerarse una solución momentánea para campesinos, no representan una solución íntegra a largo plazo para las condiciones precarias de salud de estas comunidades aisladas.
Claramente es una campana de la guerrilla para ganar los “corazones y mentes” de los civiles. Yesid, uno de los médicos rebeldes, cuenta: “Lo que diariamente estamos buscando es ganar las masas. Porque el que gana las masas gana la guerra. También lo hacemos porque somos del pueblo y trabajamos para el pueblo”.
Es una táctica común de cualquier fuerza militar especialmente aquellas comprometidas en una guerra irregular. El ejército colombiano tiene sus propias brigadas cívico-militares al igual que el ejército norteamericano en Irak y Afganistán.
La clínica había estado funcionando tan solo una hora ese día y una docena de civiles se habían congregado. De repente llegó la noticia de que el ejército se estaba acercando. Las consultas deberían ser suspendidas inmediatamente.
El anunciado choque entre las dos fuerzas nunca se dio. Los guías de la guerrilla no tenían una idea clara de cuantos soldados había o cuál era su trayecto exacto.
Así que la “Compañía Marquetalia” optó por mover su campamento y maniobrar para evitar a sus oponentes. Jagwin explica: “En la guerra de guerrillas se elige el terreno de combate, decimos aquí podemos pelear o allí no, o allí los podemos esperar”.
Esa decisión fue un ejemplo de cómo unidades de combate de las Farc han asimilado las lecciones de sus últimas derrotas. Están reimplementando la guerra de guerrillas donde la movilidad se convierte en su ventaja principal. Es también otra señal de que esta guerra de baja intensidad podría prolongarse indefinidamente, por lo menos aquí en el campo.
Un día después, la clínica de la guerrilla estaba de vuelta y funcionando en otro lugar a varios kilómetros. Desde temprano 17 adultos y algunos niños se habían inscrito para recibir tratamiento. No hay electricidad en esta región. Sólo algunos con suerte tienen plantas o paneles solares. Por esta razón, observar una extracción de diente o un corte de bisturí sobre la piel sobre todo cuando se trata de un vecino crea un espectáculo mejor que un “show” de televisión.
Una niña observaba un hombre que ella conocía como “don Luis” mientras le operaban una hernia. Rayos de luz penetraban a través de las ranuras de las paredes de madera. Yesid, el médico, y sus tres asistentes trabajaban bajo la luz de linternas montadas sobre sus cabezas. La mesa de operaciones era una tabla de madera montada parcialmente sobre un tronco de árbol.
Una vez que la cirugía comenzó, los médicos dijeron que no tenían otra opción que continuar incluso si el ejército montaba un ataque sorpresa. “Si empiezan a caer bombas o a sonar plomo -anota Yesid- estamos en lo que estamos y no podemos dejar el paciente abierto”.
A pesar de intentos de parte de políticos de rechazar la guerra de guerrillas como una táctica desusada en el siglo XXI, el modelo claramente sigue vigente alrededor del planeta.
Pero una mirada a la Compañía Marquetalia demuestra que la guerra de guerrillas ha sobrevivido en Colombia también. Y una nueva generación de combatientes en sus veinte años ya tienen cerca de una década de experiencia en el campo de batalla.
“¿Las Farc están acabadas? De ninguna manera. Todos los presidentes desde 1964 están diciendo que acabamos con las Farc”, dijo Jagwin. “No hay que dudar de que vamos por el poder”, agrego Willinton 40. “Pero si el gobierno diera todo lo necesario al pueblo seguramente no habría guerrilla. No tendríamos un fin para luchar”.