Castiguemos con el repudio colectivo a los gobernantes vasallos
viernes, 16 de julio de 2010
Castiguemos con el repudio colectivo a los gobernantes vasallos
Estamos en marcha por la dignidad de la
patria. La batalla por la independencia no ha terminado, ha entrado en su fase
decisiva.
No podemos proclamarnos libres cuando la
política de dominación de un imperio nos subyuga y nos somete con la
complicidad apátrida de las oligarquías, y nos aprisiona la inhumanidad de las
cadenas de la esclavitud neoliberal.
Un país ocupado militarmente no es
independiente. No podemos declararnos soberanos cuando la fuerza militar de una
potencia extranjera plaga de bases el territorio patrio, pisotea la dignidad, y
la bandera de los Estados Unidos ondea sobre nuestra América, su amenaza de
expolio.
¡Pero sí podemos proclamarnos pueblo en
lucha por la libertad!
Ya estamos en batalla. Con la certeza de
Bolívar, “todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han
exterminado al fin a sus tiranos”. La justa causa de los pueblos no puede
ser derrotada. La espada de batalla del Libertador, ahora en manos del pueblo,
nos abrirá los caminos de la esperanza y triunfará en la contienda de la
definitiva emancipación.
Despleguemos hoy la oriflama tricolor
del bicentenario como símbolo de lucha y homenaje a los libertadores que
soñaron la Gran Nación de Repúblicas, escudo de nuestro destino, a los que nos
dieron patria pensando en la humanidad y se batieron en los campos de batalla
para dignificar al hombre y a la mujer americanos.
Como hace doscientos años “en Bolívar
está la emancipación”. Esta certeza esparcida sobre el cielo de América por el
prócer Camilo Torres, debe ser la divisa de nuestra campaña en la alborada de
Socialismo y Patria Grande que ilumina el continente y la América insular. La
cosecha de la siembra amorosa de los libertadores concebida para los pueblos,
no puede ser usurpada ni un minuto más por los herederos de Santander y su
perfidia; debe pasar al usufructo de sus destinatarios originales. La sangre de
los libertadores no abonó los campos de batalla para hacer más ricos a los
ricos ni facilitar nuevas cadenas coloniales, sino para redimir al soberano,
que es el pueblo.
Rindamos tributo en esta efeméride al
inca Tupac Amaru, al comunero José Antonio Galán, al negro José Leonardo
Chirinos, y a todos los descuartizados por la criminal opresión de la corona
española. Honor a la joven Policarpa Salavarrieta arcabuceada por los
terroristas pacificadores encabezados por el general español Pablo Morillo.
Gloria eterna a Francisco José de Caldas, Camilo Torres Tenorio, a Francisco
Carbonel y a todos aquellos, que supliciados en los patíbulos, nos mostraron
con su ejemplo el camino de la libertad. A los precursores de nuestra
independencia, Miranda, Nariño y Espejo, nuestro reconocimiento eterno. Tenemos
que desenterrarlos, sacarlos de las fosas del olvido en las que los ha
confinado la mentirosa historiografía de los que desviaron el rumbo de la
patria, para que sigan en batalla.
Aún resonaba el eco de la victoria de
Ayacucho cuando estalló la contrarrevolución en la ambición desbordada de la
oligarquía criolla por el poder político ilimitado. Ella encontró en la
Doctrina Monroe, intriga y aliento permanente para dividir el territorio y
despedazar la obra legislativa bolivariana que pretendía dignificar al pueblo
haciendo prevalecer el interés común sobre el particular.
Tal como lo había pronosticado el
Libertador, no tardaron en buscarse un nuevo amo. Combatieron la concepción
bolivariana de la unidad de pueblos en una Gran Nación, apoyados en el sofisma
de la Doctrina Monroe. Ella fue su acicate para asaltar el poder y lograr su
miserable sueño de sustituir a los virreyes en la opresión. Esa doctrina era el
disfraz de la avaricia del Destino Manifiesto anglosajón, que jamás pensó
enfrentar a la armada colonial británica ni a la Santa Alianza que proyectaba
restaurar en América el predominio del trono español, sino anexar repúblicas,
saquear recursos, y someter políticamente.
Traicionaron la grandeza y trocaron la
posibilidad del surgimiento de un nuevo poder continental, que fuese equilibrio
del universo, esperanza de la humanidad, por el arrodillamiento y la sumisión a
una potencia extranjera. Sólo les interesaba asaltar el poder político con la
ayuda externa para acrecentar sus fortunas personales y ponerlas a salvo
de la revolución social. Dóciles a su nuevo amo desmovilizaron, por conveniencia
recíproca, al ejército libertador, único garante de la independencia y las
conquistas sociales, fuerza disuasiva al mismo tiempo, de las ambiciones
neocoloniales del gobierno de Washington.
Los codiciosos y agresivos líderes del
norte, inspirados siempre en el cálculo aritmético, poseídos por la ambición de
erigir su prosperidad sobre la base del expolio a los pueblos del sur, no
podían tolerar la concreción del plan estratégico de Bolívar en el Congreso de
Panamá que contemplaba la formación de una liga perpetua de las naciones antes
colonias españolas, presidida por una autoridad política permanente, con un
ejército unificado concebido para la defensa y para la campaña de liberación de
las islas de Cuba y Puerto Rico, consideradas por Washington, apéndices de su
espacio continental. Les mortificaba la idea del Libertador de hacer efectiva
la ciudadanía hispanoamericana entre pueblos hermanos, el establecimiento de un
poder político enemigo de la esclavitud, y sobre todo, el propósito de impulsar
un régimen de comercio preferencial que hiciera prevalecer la cláusula de
nación más favorecida para las repúblicas hermanas coaligadas.
Todas estas medidas pensadas por el
Libertador Simón Bolívar para preservar la independencia y la dignidad de las naciones
hispanoamericanas se interponían como fortificación inexpugnable frente a las
insólitas pretensiones del Destino Manifiesto, embeleco inventado por los
fundadores del imperio para auto-legitimar el expolio.
Por eso cursaron la instrucción perversa
a sus ministros en Colombia, México y Perú, de estimular las rivalidades entre
nuestras repúblicas, el espíritu chovinista, desatar el espionaje, la
conspiración y la intriga, minar el prestigio del Libertador, y por eso fue
Bolívar el blanco de sus furibundos ataques.
Eliminar la figura política del
Libertador, su poderoso influjo en América Latina, fue su obsesión hasta causar
su muerte física y el eclipse transitorio de su proyecto político y social.
Todas las desgracias y miserias de
Nuestra América tienen ese origen. “Los Estados Unidos parecen destinados por
la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”. Lo
había profetizado Simón Bolívar.
La revolución quedó truncada, inconclusa
desde 1830 por la acción depredadora de la jauría de excluyentes criollos
azuzada y comandada por el gobierno de Washington.
“Toda revolución –decía el Libertador-
tiene tres etapas: la guerrera, la reformadora y la de organización. La primera
etapa pertenece al pasado; fue obra de los soldados. La segunda la cubrimos con
el Congreso de Cúcuta y el gobierno de Bogotá. La tercera, la de organización,
la abordaré yo en Panamá”.
Es este exactamente el punto de partida
para retomar la obra de la independencia y la revolución. A 200 años de
iniciada la gesta independentista el proyecto de Bolívar sigue siendo
asombrosamente vigente, como si hubiese sido concebido para los tiempos que
corren. El pueblo que puede, el pueblo que construye, tiene la palabra. Y ahora
Bolívar es el pueblo mismo empuñando su espada con la irreductible
determinación de luchar por la concreción de su gran sueño.
Pero el sólo grito de independencia no
es suficiente; quedó demostrado en la explosión simultánea de gritos que
estremecieron el continente sur, ahogados rápidamente por las sanguinarias
fuerzas punitivas de la corona. Ningún pueblo puede lograr su libertad si no
tiene una fuerza propia. Esta vez el nuevo grito de independencia debe ser el
grito de todos, el grito de los excluidos reforzado con la movilización
resuelta, con la lucha multiforme, con las armas de la unidad, de la
inteligencia y de la fuerza. Es la hora de los pueblos. Ellos fueron los que
combatieron y combaten, los que aportaron y aportarán miles de héroes estelares
o anónimos. Fue el pueblo la fuerza viva del ejército bolivariano que derrotó
el régimen colonial en la América del sur, y será protagonista del triunfo
inevitable de la revolución política y social.
Hay una espiral que asciende hacia la
libertad. La lucha de los patriotas del siglo 19 tiene un hilo conductor, una
articulación, con la de los patriotas del siglo 21. Aquellos desplegaron su
lucha en un agitado contexto de crisis del mundo colonial. Se consolidaba, sí,
el sistema capitalista con el saqueo y la esclavitud de pueblos, pero al mismo
tiempo la invasión napoleónica a España estimulaba en Hispanoamérica la ruptura
radical con el régimen colonial. La lucha de los patriotas del siglo 21 por la
definitiva independencia no sólo está ligada a la derrota del sistema
capitalista y la dominación imperial, sino que exige la superación de ese
sistema decadente y la inauguración de una nueva era justiciera: la del
socialismo y la Patria Grande. La actual crisis estructural del capitalismo es
el toque del clarín que anuncia al pueblo, que ha llegado el momento de
lanzarse a la batalla definitiva por la emancipación.
La preocupación de Washington es Simón
Bolívar todavía vivo y palpitante en el anhelo justiciero de los pueblos, la
vigencia de su pensamiento, de su proyecto político y social, el reencuentro de
los excluidos con la historia verdadera que les dice que fueron ellos, su
dignidad, el objeto principal del proyecto originario de nación.
Como vislumbran en la conciencia de los
pueblos un obstáculo al expolio, recurren a la fuerza y al despliegue del
poderío de su tecnología militar para negar por la violencia o la disuasión lo
que exigen el sentido común y la justicia. No nacimos para ser vasallos de nadie,
ni patio trasero de ninguna potencia. La América del sur nos pertenece porque
nacimos en ella. Tenemos derecho a la dignidad humana y a construir el modelo
de sociedad que haga nuestra felicidad.
¿Qué importa que los Estados Unidos
desplieguen estratégicamente sus bases militares en el Caribe y el continente,
si estamos resueltos a ser libres? Como diría Bolívar en la efervescencia
independentista de la Sociedad Patriótica: “pongamos sin temor la piedra
fundamental de la libertad suramericana; vacilar es sucumbir”.
Opongamos un escudo de dignidad
latinoamericana y caribeña a las incesantes agresiones e irrespetos del
monstruo del norte, fraguado este escudo en el más duro y resistente acero de
la unidad. “Porque la división es la que nos está matando”, debemos
destruirla. La dispersión y ausencia de unidad es la que ha interpuesto el
tremendo abismo que nos separa de nuestro destino de Gran Nación, de potencia
de humanidad y libertad. Rompamos las cadenas mentales y culturales que
engrilletan la conciencia colectiva. Nuestro deber es desoir el esclavizante
canto de sirena del imperio para escuchar la palabra amorosa del padre y
Libertador, que nos dice, que “unidos seremos fuertes y mereceremos respeto;
divididos y aislados, pereceremos”. La unidad es nuestra fuerza y es
nuestra esperanza.
Rechacemos con decoro patrio las bases y
emplazamientos operativos de avanzada del ejército de los Estados Unidos en
Colombia. Castiguemos con el repudio colectivo a los gobernantes vasallos, de
colonia, que permitieron el ultraje y que prestaron el territorio como base de
agresión yanqui contra los pueblos del continente; a los apátridas que han
arrodillado por 200 años nuestra dignidad ante el águila imperial, y que han
clavado la daga de la política neoliberal y del Fondo Monetario Internacional
en el corazón de la Colombia hemisférica; a los desvergonzados peones del
imperio que prestan su sentimiento esclavo para atajar a nombre de Washington
la incontenible ola bolivariana que recorre el continente.
La marcha patriótica bicentenaria está
en movimiento. Como decía Bolívar: “el impulso de la revolución está dado,
ya nadie lo puede contener (...) El ejemplo de la libertad es seductor, y el de
la libertad doméstica es imperioso y arrebatador (...) Debemos triunfar por el
camino de la revolución y no por otro (...) La ley de la repartición de bienes
es para toda Colombia”.
La movilización de pueblos ha comenzado.
Ya estamos en batalla. Con la espada del Gran Héroe triunfará la independencia
definitiva, la Patria Grande y el Socialismo.
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas
de Colombia julio 15 de 2010
Año bicentenario del grito de independencia